Latino América: El Leviatán se deshace

Pedro Castillo, hablando ante legisladores e invitados durante el día de su investidura en el Congreso en Lima (Presidencia de Perú/Handout via REUTERS). Fuente: Infobae
Por: Beatrice E Rangel
Integrante del Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos
La toma de posesión de Pedro Castillo como presidente de Perú ha desatado una avalancha de las más variadas opiniones sobre sus consecuencias. Ellas se dividen en dos grandes corrientes. Por una parte, están los que señalan que la victoria de Castillo corona un muy bien concebido plan por parte de lo que algunos denominan castrochavismo y otros el Socialismo del Siglo XXI. La otra corriente indica que la ancestral desigualdad de América Latina ha lanzado al pueblo a las calles y a las urnas de votación para tomar los gobiernos e iniciar mandatos para y por el pueblo en lugar de para y por las elites como ha sido la costumbre en los últimos cuatro siglos. Desafortunadamente ambas corrientes tienen razón, pero, al mismo tiempo, ambas revelan poca comprensión de la realidad Latinoamericana. Castillo y otras recaídas hacia el autoritarismo o totalitarismo son pruebas contundentes de que en la región no existe un estado basado en instituciones capaces de sostener el delicado equilibrio entre estabilidad y orden y ejercicio de los derechos por parte de la ciudadanía. Ese equilibrio es producto de instituciones políticas con suficiente solidez como para resistir embates por parte de grupos o individuos para hacerse con el poder y suficientemente flexibles como para saber escuchar los reclamos ciudadanos e incorporarlos en el ejercicio de gobierno ya que de estos reclamos nace el descontento. En ausencia de ese estado los cambios tecnológicos y el Covid 19 están haciendo estallar los esquemas institucionales creados en la región durante la conquista de España.
En efecto, salvo por Costa Rica, país cuyos líderes democráticos decidieron establecer un sistema con límites a los mandatos de los gobernantes, autonomía municipal y la transformación del ejército en una gendarmería que sostiene la paz ciudadana, el resto de América Latina está en el mismo nivel de desarrollo político institucional que en el momento de la conquista española. Otras excepciones incluyen a Uruguay y a Chile naciones que desarrollaron fórmulas para crear instituciones democráticas pero el resto de la región está hoy por hoy seducido por los más diversos autoritarismos Esto es la consecuencia lógica de la ausencia de comprensión por parte del liderazgo latino americano de la profundidad de los cambios efectuados por la revolución tecnológica sobre las estructuras políticas. Por tanto, no hay respuestas a los retos políticos, económicos y sociales que afectan a la ciudadanía. Esto ha provocado un descontento generalizado con los sistemas democráticos que es evidente en todas las naciones de la región. Tomemos a Chile como ejemplo. Chile es por cualquier ángulo que se le vea el único país desarrollado de América Latina. Pero en el 2019 la juventud chilena irrumpió en las calles del país con la misma fuerza y violencia destructiva que la lava de un volcán. Detrás de las protestas estaba la convicción que esos jóvenes jamás llegarían al pináculo del poder político que estaba monopolizado por la generación que promovió el retorno a la democracia al final de la década de los años ochenta. De hecho, exceptuando a Patricio Aylwin la presidencia en Chile a partir de 1990 parecía un juego de sillas musicales entre 4 personas. Y desde esos hasta estos años muchos chilenos se prepararon e hicieron importantes contribuciones al gobierno, la academia y el crecimiento económico. Pero a todas esas generaciones se les impidió llegar a la presidencia. Hay que recordar los casos de Hernan Buchi y Marcos Enríquez-Ominami.
También hay que considerar lo impenetrables e impermeables que son las elites en América Latina. Estos son los mecanismos más eficientes de creación y extracción de renta. Se trata de burocracias públicas y privadas que impiden el cambio y la innovación. Crean normas y regulaciones públicas y privadas con el objeto de establecer monopolios de poder que ellos administran. Son los que vigilan el cumplimiento de dichas regulaciones y, en el proceso, obtienen poder que utilizan con efectividad para impedir el ingreso de innovadores.
Los innovadores pueden ser nacionales o internacionales. Cualquier inversor extranjero en Brasil podrá comprobar cuan dura es la introducción del mejor producto o servicio. Las elites locales se ocuparán de, a través del jentinho, encarecerle el ingreso lo suficiente como para que su modelo de negocio se resquebraje. Estas elites garantizan su supervivencia nombrando y ascendiendo familiares y amigos, impiden el acceso a ciertos espacios públicos y privados a individuos e instituciones que no son parte de ellas; evaden los impuestos y envían sus ahorros al exterior.
Estos autos han facilitado la penetración de la narrativa creada por Fidel Castro y esparcida por la región vía la izquierda radical y el Foro de Sao Paulo. Según esta narrativa el objetivo último de la política es deponer los gobiernos que protegen a las elites y sustituirlos por otros que gobiernen para el pueblo. En la vida real esta práctica ha sido un estruendoso fracaso en todos aquellos países que han impuesto un gobierno para el pueblo. La población en ellos ha perdido la libertad y con ella su derecho a la propiedad y la expresión y a la asociación política. Peor aún, las economías han declinado y mientras se instaura la pobreza que es la excusa de los gobernantes para controlar el consumo y por esa vía doblegar políticamente a la población. Cuando la población reacciona todos los recursos de poder han sido acaparados por el régimen y el país se torna en una inmensa cárcel donde solo tienen derechos ciudadanos los gobernantes que ahora son eternos y sus acólitos.
La narrativa del Foro de Sao Paulo por supuesto no gana adeptos en países donde las clases medias son extensas y el marco institucional garantiza las libertades. De allí que no tenga tracción alguna en Estados Unidos ni en Europa países que han disfrutado a partir de 1945 del más largo periodo de estabilidad y prosperidad que haya conocido la humanidad. Pero en América Latina donde hay una mayoría pobre, la ciudadanía se inclina a favor de cualquier propuesta que prometa liberarlas de las elites.
Afortunadamente para el hemisferio, el Sr Castillo está llegando tarde a la mesa del populismo. Porque entre la revolución tecnológica y el Covid19 el marco institucional establecido en la conquista española está cayendo a pedazos en todos los rincones del continente. Por tanto, esta década será testigo del renacer institucional de la región. Desafortunadamente esto ocurre cuando Estados Unidos está inmerso en un periodo de aislacionismos similar al que se impuso entre las dos guerras mundiales del siglo 20. También es muy desafortunado que ninguno de los actuales líderes libertarios de América Latina entienda cómo opera la economía digital y esto les prive de ver las oportunidades que se abren para democratizar el crecimiento.