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Mundial, ética y el desarrollo humano

Por José Manuel Serna*

Compartimos sentimientos encontrados en este lado del reino del balompié ecuménico. Por primera vez, desde 1958, no estamos siguiendo este mundial tan seductor que sangra mafia.

Así de plano. Sin comas. No es una enumeración ni implica ninguna ordenación ética o valorativa.

Es una realidad, compleja y preocupante, menos desde luego que la tendencia bélica en el oriente de nuestro continente madre y este viacrucis de la Venezuela migrante. Si valen estas expresiones. Pero es el hoy que nos toca enfrentar y bregar: avasallador, por el torrente informativo-entretenedor y por la urgencia de soluciones para amenazas y problemas acuciantes y contradictorios en cada desayuno.

Dicho tal cual, y quizás reflexionando lentamente, brotan dudas y preguntas. Como sentarse ante la pantalla nuestra mundialista de cada cuatro años, desde hace 7 décadas, a disfrutar de un espectáculo que se logra con base en un exceso de marañas de la maquiavélica FIFA y en tortuosos y despiadados ataques a la humanidad, al espíritu del ser humano contradictorio y amable, digno y cambiante en su moral de supervivencia.

Por una parte, estamos ante un escenario sede de contornos religiosos y sociopolíticos despóticos que contrastan con la cultura predominante en la mayoría de los países de la FIFA. Además, con una anfitriona seleccionada mediante trácalas escandalosas y reincidentes en materia de ilegalidad de esta organización. Por la otra, pareciera que desde la macabra destrucción de las torres gemelas nos venimos confrontando con la exigencia de tolerancia y de necesidades terráqueas de inclusión y convivencia donde parece caber un demoledor diálogo transicional, hacia una cultura en la cual se respeten hasta ciertas prácticas sociales, contrarias a los fundamentos del bien y de los derechos humanos de occidente. Uno se queda perplejo, por ejemplo, presenciando la emergencia disruptiva de la visión de género y sus predios. Pero están aquí dentro de nuestra cotidianidad occidental y hasta en la agenda política y electoral de Europa y América Latina. El derecho a la diversidad, la identidad y la singularidad están en riesgo. Mientras tanto, ya ocurrió el primer desafío que demostró un poco lo inevitable del anunciado fracaso del sueño impostado, de vender como país light, invencible y utópico a un proyecto político de inaguantables maltratos a los derechos humanos universales. Perdieron en el juego inaugural ante Ecuador, y esto agrieta el objetivo en cuestión de mostrar una exitosa leyenda de bienestar apalancada por esa fastuosa modernidad instantánea que financia por la bonanza petrolera. El desarrollo posterior de este montaje debe haber sido emocionante, pero subsiste la molestia que motiva esta protesta y la indignación no mermará.

Es obvio. Volvamos. Compartimos sentimientos encontrados en este lado del reino del balompié ecuménico. Por primera vez, desde 1958, no estamos siguiendo este mundial tan seductor que sangra mafia. Se respira un rechazo óseo a una cultura que copia fachadas de modernidad occidental, pero que rebaja al ser humano a tan bestial condición y que le está ganando por paliza al deseo de admirar a estos gladiadores de nuestro circo global. No me estoy sintiendo bien. En primera persona del singular, okey. Pero en la del plural también resuena el eco. No podemos evitar el conflicto profundo entre rechazar este Frankenstein de un consagrado espectáculo del ocio deportivo de alta competencia, y disfrutar de sus logros de excelencia en las exquisitas muestras de las pirámides europeas y suramericanas, del delicioso deporte, del pase ingenioso y los parturientos goles que nos hacen gritar como recién nacidos ante la diosa Pantalla. Hemos logrado no pararle casi nada a este FIFA 2022 que “no fifa”, de escarnio; aunque aún me tiemble la mano del control a medida que aparezcan las confrontaciones de gran circo romano entre los equipos que ostentan a los coliflores de esta deliciosa coreografía del balón y el arco.

Gracias por tanta excelencia física y mi sincera envidia por no poder superar esta muralla cultural. Voy a mi goleada y digna ética de migrante venezolano y, aunque no temo sucumbir, estoy ligando a que un Caracas-Magallanes, muy cercano al play off o unas providenciales hallacas, que cumplan el mismo rol de entretenerme con ocio enriquecedor. Que acá el paladar y allá la nostalgia surjan como un Ávila, un Lago de Maracaibo o un Orinoco entre mi vacilante ética occidental y esta alucinante invitación a ver maravillas en un césped de casi 100 metros. Suerte al mejor y que sobrevivan los valores humanos que nos hacen soñar escribiendo en este thanksgiving de 4 bajo cero y moral deportiva ultrajada. Por sobre los goles, adelante la vida buena.

* Comité de Economía, Empresas y Desarrollo Integral de VenAmérica

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