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Política de altura

Por Neuro J. Villalobos Rincón*

No hay duda de que Venezuela es un mal ejemplo para el desempeño de la política pública de otros países del mundo.

“En la comunidad ciudadana no gobierna la necesidad de la naturaleza ni la voluntad enigmática de los dioses, sino la libertad de los hombres, es decir, su capacidad de razonar, de discutir, de elegir y revocar dirigentes.” Fernando Savater.

Es sorprendente observar que quienes dirigen una nación en estos tiempos modernos y convulsos, mantienen una conducta peligrosamente esquizoide al frente de esa tremenda responsabilidad y no pasa nada con ellos. Se mantienen incólumes ante la confusa y muchas veces aterrada mirada de los demás.

No hay duda de que Venezuela es un mal ejemplo para el desempeño público de otros países del mundo. Los resultados lo confirman, ya que está siendo gobernada por grupos manifiestamente delincuenciales, con conductas inapropiadas para ejercer tan elevados cargos. Viciosos que sucumben ante los pecados capitales que han destruido nuestra nación material, moral y espiritualmente. Lamentablemente ni los dirigentes políticos del mundo ni los del país, se conmueven, con escasas excepciones, ante esa escalofriante e inquietante anormalidad. Como dijera Laureano Márquez, en Venezuela todos los días pasan cosas pero no sucede nada.

Esperamos que la justicia divina y de ser posible la terrenal, se encargue de ellos ya que lo más pecaminoso es que, increíblemente, han imposibilitado la armonía y la convivencia dentro de los ideales humanos mundialmente aceptados. Lo diabólico, dice Savater, es crear discordia que en el fondo es lo que hacen los vicios. La envidia es una declaración de inferioridad, lo decía Napoleón, y ésta casi siempre viene acompañada de la soberbia que se expresa no en el orgullo de conocer su propio valor, de lo que realmente se es, sino por el empeño de tratar de menospreciar al otro o a los otros.

Envidian a quienes tienen más poder o exhiben más capacidad y sabiduría que ellos, por eso tratan de bajarlos a su propio nivel. Todo el que los critique o peor aún, los rechace o se opongan a ellos, es blanco seguro del lenguaje cargado de odio, ira y resentimiento. Utilizan el mismo lenguaje vulgar que seguramente usaron en sus peleas callejeras y que ahora repiten y reproducen en cualquier escenario, aún en los de más alto nivel, en una vergonzosa confusión de la sede de un organismo internacional con la bodega de un barrio.

Razones hay de sobra para justificar el esfuerzo mayúsculo que debemos hacer para poner cese a la usurpación del poder y desde allí poder adecentar la praxis política con el objetivo de reconstruir el país sobre nuevas bases, donde el proceso educativo a todos los niveles sea su factor esencial.

Tenemos que hacer política de altura, recuperar su grandeza, y en ese propósito los más interesados y entusiastas deben ser los partidos políticos y la mayor responsabilidad recae sobre sus dirigentes, sin ellos, ese propósito es imposible lograrlo. Sabemos que se requerirá mucho tiempo, no tengo elementos apropiados para estimarlo, pero llegará el día, como dice Paulo Coelho, en que el hombre sentirá de nuevo orgullo de sí mismo, porque huir de la lucha es lo peor que puede sucedernos. Es peor que perder la lucha, porque en la derrota siempre podemos aprender algo, pero en la fuga todo lo que logramos es declarar la victoria de nuestro enemigo. Eso jamás debe ocurrir.

Es evidente que vivimos por estos tiempos momentos muy desdichados para la humanidad. El mundo está siendo dirigido por ídolos de fango, ni siquiera de barro, y nuestro país encabeza esa lista. La característica más visible es el egocentrismo y el dominio sobre los demás para moverse a su antojo, sin trabas, disponiendo de todo, y sobre todo por encima de la voluntad de la población. Esa situación será más extensa y profunda en la medida en que los recursos providenciales, el talento alquilado, la genuflexión de la mediocridad o la indiferencia de los ciudadanos lo permitan.

Es el valor liberador de la política conjuntamente con el valor de la justicia, lo que debemos rescatar de ella y así, poder ejercer una política de altura.

* Director de VenAmérica

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